Nací en la segunda mitad del Siglo XXen Tudela de Duero (Valladolid) en la España gris del franquismo.
A los once años Dios me llamó a su servicio en un lugar tenebroso y oscuro, aunque no he de negar que también pasara días felices, pero el camino no era para pecadores como yo. Descubrí que Dios no necesita estar encerrado en templos y desde entonces no se si está, no está o dónde está.
Como Dios me rechazó, mis padres decidieron llevarme al Instituto Laboral de Portillo para que siguiera formándome y hacerme un hombre de provecho; pero como Dios me había expulsado de su redil, yo estaba cabreado con el mundo y quería reivindicar mi personalismo y mi libertad, mezcla de rebeldía e incomprensión.
Las consecuencias de mi cabreo con el mundo desembocaron de nuevo en la expulsión del Instituto, cosa más que normal si nos atenemos a mi comportamiento nada convencional para los tiempos que corrían.
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